jueves, 24 de mayo de 2012

3ª Y 4ª ETAPA



Tercer día: Viloria de Rioja - Atapuerca
43,21 km
12,4 km/h media
03:28'29''


 Tercer y cuarto día
7 y 8 - Sept - 2011


      El cansancio empieza a pasar factura ya, y ayer no había ganas siquiera de escribir cuatro tonterías para recordar el día.
     No tengo ni idea de lo que estará escribiendo la rubia, me hace más ilusión leerlo cuando estemos en casita. Lo decía porque no sé si habrá dicho algo del albergue donde nos quedamos el segundo día, en Viloria de Rioja. Era un sitio increíble, uno de los lugares con una de las energías más especiales que jamás haya notado. Creo recordar que lo regentaba una mujer italiana llamada Orchieta y su marido, un brasileño reservado pero muy agradable. Era un sitio muy pequeñito, sólo había 3 holandesas, 2 franceses y una australiana casi tan peculiar como el propio lugar. 



     Después del mal día que había tenido nos hizo recuperar fuerzas, ilusión,... No sé cómo explicarlo. Pasar la noche allí, aquella cena todos juntos (espectaculares las alubias con chorizo y arroz) nos enseñó a disfrutar el camino. Y considerando que toda la vida es camino, aquella noche probablemente nos deje una huella que jamás podrá ser borrada.

     Al día siguiente, con el chip cambiado (lo importante no es llegar, como se dice, sino disfrutar el camino) y con un espíritu por las nubes, afrontamos la subida a la Pedraja. Curiosamente, la etapa que debía ser más dura ha sido hasta ahora la más gratificante.

     La Megacuesta empezaba en Villafranca Montesdeoca, allí donde, cuando era enana, parábamos con Javi a comprar lacitos y palmeras cada vez que íbamos al Escorial. Me hizo tanta ilusión ver la panadería abierta 10 años después que no pude evitar entrar a hacer lo propio. Curiosamente, después de rememorar recuerdos de la niñez, a la mañana siguiente recibo un mensaje de Javi. Empiezo a pensar que las casualidades no existen. 

     
    El camino no es sólo un cúmulo de kilómetros. el Camino lo forma la energía de quienes lo hacen, de quienes lo hicieron y de quienes lo harán. 


     A primera hora de la mañana nos encontramos a una japonesa sentada en un banco, mientras un francés le hacía un masaje en un pie muy inflamado. Por suerte, cogimos unos antiinflamatorios antes de salir (aquellos que me dieron a mí para la espalda y que no me sirvieron de mucho). Le dimos un par y la japonesa se emocionó, tanto que nos hizo una foto y dijo que rezaría por nosotros (¿habrá hecho alguna vez la peregrinación shintoísta, el Kumano?).


     Pero quienes nos llegaron al alma fueron una pareja de alicantinos que tenían el mejor ánimo (y el acento más divertido) que hemos visto hasta ahora. 


    
     La primera vez que los vimos estábamos parados a la sombra de un árbol en La Pedraja, y ellos subían empujando la bici (exactamente la misma escena se repetiría al día siguiente, pero en la "subida muy pedregosa" que toca después de Atapuerca). Al hombre de Alicante le quedará un recuerdo para siempre de la primera subida: al llegar a la altura en la que estábamos nosotros descansando, no tuvo mejor idea que pegarle una patada al caso, que tuvo la leve consecuencia de romperse por uno de los lados.

 
    
    Otro de esos personajes especiales lo conocimos en el albergue donde nos quedamos esa noche, en Atapuerca. A pesar del cansancio y de un sol de justicia, dejamos atrás el pueblo de Agés, donde estuvimos hablando con un ciclista de Zaragoza que el día anterior había salido de allí hasta Navarrete, y del pueblo riojano hasta Agés. El muy necio se lamentaba de que iba tan rápido que no había parado en ningún pueblo para conocerlo. Justo lo contrario que Jan, un alemán que conocemos desayunando en el albergue (no especialmente recomendable) de Atapuerca. Mientras que el resto de peregrinos se habían comenzado a levantar a las 5:00, y concebían el Camino como una auténtica carrera, el hombre era el último que quedaba, y no pensaba ponerse en marcha hasta que no hubiera desayunado en condiciones y no hubiera charlado un poco con la gente.




     Así que, de nuevo con las pilas cargadas a pesar de no haber dormido un minuto (ay! mozo, cómo te echo de menos a mi vera por las noches), nos ponemos en marcha, superamos constantes sube-bajas, de esos que no les gusta a los piñones de la cadena de Billy*) y gozamos de la etapa marcada por la visita a Burgos y a su espectacular catedral. Una etapa cómoda relativamente, en la que pudimos avanzar mucho gracias a los descansos y a los llanos caste-llanos (y al grupo insulso de ciclistas venezolanos, que todo hay que decirlo), y que nos lleva directamente hasta el siguiente albergue en el pueblo de Hontares (Puntido), un precioso lugar junto a la iglesia donde nos echamos al cuerpo un par de jarritas de cerveza y una pizza que nos entona y que me anima a escribir estas líneas.

     A ver cómo se nos da la noche, mañana nos espera otro día de camino...



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